lunes, 24 de enero de 2011

Primer Manifiesto de los Fetos Aeróbicos

Barahúnda de mocetones a la entrada de una iglesia: este será nuestro primer ícono, que pasa a ser depuesto inmediatamente por una virgen perdida en mitad de una guerra, no obstante, inútil.

El rey de los cafichos se descubre vagando por una cima cubierta de escarcha, escarbando palabras y lozanías que antepone a la escritura de una primera muerte. Y una primera muerte no es más que una parte del coloso de los efectos especiales: rituales luminosos, pornografía invendible, talleres enfermizos y estómagos de alabastro.

- Gime, muge y crece…
- El remedio de las caminatas en las mañanas.

Ya no más decir NO al ojo de la vanidad: tumbas y noche, cabezas aleatorias, cerebros desgreñados. Así nos anticipamos, locamente ensimismados frente al espectáculo de la medianía y el verso azaroso, rayando atardeceres en nuestras espaldas. Una estación obligada, el humo nos corroe y felices contestamos con la palabra más embastecida por el oficio opaco.
El honorable abre la puerta al ladrón y el ajedrez demora la muerte de cada uno: he ahí el primer movimiento de nuestra sinfonía, y ruge como una mantis asaeteada justo antes de abrirse paso para llegar al auditorio.

El fin como un reconocimiento de los que nos anteceden: la locura empozada en los ojos de la verdulera y el maestro de ceremonias, una comunión gratuita, la más palpable relación nutricia con el lenguaje (el cementerio al que acudimos a sabiendas de que los muertos visten como ustedes, respiran como ustedes, follan como ustedes).

- Una larga meditación junto al fuego del patricio.
- Celebremos las ceremonias ya emasculados del todo: hemos perdido la última gota de esperma como ofrenda a las deidades germanas (la apatía y la vulnerabilidad de los recién iniciados colman nuestras esperanzas y somos buenos franciscanos; atiende el lamento, doctor universalis).
- Cinco siglos fraguando una única eyaculación: el mercurio es el fluido del tiempo.

Somera declaración de principios: la sexualidad de los ángeles de Swedenborg; la manía de la aliteración y el desencanto; vindicación del arte por el arte, con lo que tenemos nuestro primer poema y lloramos como críos: cierta oclusión de nuestros vasos, los ojos vueltos hacia la noche y el dolor, la certeza de un mundo de obreros que no es el nuestro.

Reina la colectividad y Renato Quispe llora sentado en una esquina. Las noches en vela, la hermana violada por el poeta.
“¡Que se jodan!”. Nosotros callamos y estudiamos nuestras uñas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario